De acuerdo con Roland Barthes, la fotografía es un mensaje sin código, pues su interpretación está sujeta a ser “anclada” a otros elementos: contexto, texto, etc. Así, quien ve interpreta una fotografía desarrolla un análisis visual influenciado por más factores de los que en primera instancia parecen ser evidentes en la imagen. Entre las décadas de los setenta y noventa, Carlos Caicedo publicó múltiples entregas de su columna “Cámara y Letras” en el periódico El Tiempo. Sus textos, siempre de gran variedad temática, se conectaban a través de una línea común que reflexionaba sobre la escritura y el ejercicio fotográfico: a veces desde experiencias particulares de reportería, a veces construidas desde carácter más narrativo con un gesto de écfrasis –una manera de capturar una representación visual desde una verbal– y a veces sencillamente mediante comentarios sobre las limitaciones de medios que convergen en la reflexión sobre imagen-escritura.
Se asume, por convenciones del medio, que la escritura y fotografía de prensa son conscientes de la fuente emisora, el canal de transmisión y el medio receptor. No obstante, en su desarrollo, parece que su manera de adherirse a dichas reglas es a través de la noción jerárquica del contenido: el texto explica, la foto ilustra. Y el lector de prensa parece aceptar y seguir esta dinámica. Pero, en la columna “Prensa decadente?”, Caicedo parece aprovechar esta conciencia de las imposiciones del medio para señalar hasta qué punto la formalidad burocrática, que tiene la última palabra sobre el contenido que producen sus reporteros, publica según la arbitrariedad de su criterio, limita su ejercicio dual de reflexión sobre la imagen-escritura. En función de la brevedad del texto, Caicedo parece jugar con su propia experiencia en el medio para traer a colación lo que experimenta un fotógrafo: “Rrrriiinngg! Rrrriiinngg! Si, habla con la prensa pasada de moda: a la orden! (…) El fotógrafo monologando: Caramba! Llaman para que se tomen retratos de un hecho que dizque es casi secreto… ¿Será una emboscada al fotógrafo para birlarle la máquina? Pero no puede ser. Allí hay mucha vigilancia y además es un despacho de mucho caché” (Caicedo). Con esta inmersión onomatopéyica del ruido de un teléfono incesante, la escritura de Caicedo en esta columna aprovecha una idea latente que le hace cuestionar cuán “pasados de moda” están los funcionamientos de la prensa para jugar con su sonoridad literaria. En ese énfasis de la decadencia del periodico se hace más llamativo en cuanto es la voz del reportero quien, en función de la constante respuesta de su ejercicio, reconoce que hace parte de esa prensa decadente.
El marco de la foto encapsula el marco de la puerta por la que camina el fotógrafo. ¿Es Caicedo el protagonista de la foto? ¿Está Caicedo fotografiando a otro colega? ¿Es alguien haciéndose pasar por Caicedo? Independientemente del sujeto fotografiado, esta foto puede leerse en una clave metafotográfica. Es decir, una composición que busca resaltar su condición de foto y señalar los parámetros indicados para capturar una imagen en el contexto del fotoperiodismo. El lente de la cámara que carga el sujeto dentro de la imagen, desde luego, no es el que capturó la foto. No obstante, el simple gesto de contraponer el lente de la cámara dentro de la fotografía con el que en realidad ejecuta la acción de fotografiar es otra manera de jugar con marcos y señalar, de manera profundamente reflexiva, la materialidad del medio de producción.
¿Qué implica que el título de la foto sea una entrada de diálogo? ¿Puede interpretarse como una especie de ejercicio de ficcionalización en el que Caicedo, como fotógrafo personaje, se enuncia? ¿O se trata sencillamente de una muletilla que el reportero atento, dispuesto a garantizar la practicidad en un medio que se rige por la inmediatez, adquiere con años de trabajo? Parte del encanto de este texto radica en su ambigüedad. No es muy claro el uso de ciertos elementos retóricos en la estructura del texto en la columna. Tampoco la brevedad con la que se complementa o describe la imagen, en la que aparentemente aparece el mismo Caicedo. No obstante, podría interpretarse que la respuesta a una interpelación omitida por el texto como lo es: “Síííí, señor. ¿A sus órdenes…?” es el eco del servilismo con la que el reportero transita por el medio y garantiza un espacio para sus fotografías y textos. En otras palabras, lo particularmente llamativo de una columna como “¿Prensa decadente?” es la exposición de un juego en el que la fotografía no ilustra el texto, sino que lo complementa: lo cuestiona, incluso, a través de la ironía del texto. A su vez, la voz de Caicedo en la columna se introduce con sonidos como el “¡Rrrriiinngg!” del teléfono en su oficina. El tono jocoso, desde luego, cierra el juego onomatopéyico con la misma lógica, a través del clic de quien cuelga la llamada al otro lado de la línea.
En Hacia una filosofía de la fotografía, Vilém Flusser afirma que la cámara es un aparato relativamente simple y transparente, y el fotógrafo, de la misma manera, es un funcionario relativamente simple. No obstante, aunque el fotógrafo considere que la lectura previa del entorno, con el fin de diseñar el encuadre de la fotografía que está próximo a disparar, está en función de sus propios criterios estéticos, sus decisiones en realidad están inmersas en las convenciones de la cámara misma. Es decir, es el fotógrafo el que, a su manera, “regula” la cámara. Quizá por esto cuando la voz de Caicedo en el texto duda de la oferta que le hacen para tomar fotos en secreto –por su evidente carácter enigmático–, la primera amenaza que se le viene a la mente es que sea arrebatada su cámara. Quitarle la cámara a un fotógrafo, entonces, se presenta como el mecanismo más eficiente para limitar su ejercicio fotográfico.