Por: Juanita Rodríguez
En 1972, un año después de cerrado el penal de Araracuara, ubicado en el departamento del Caquetá, el fotógrafo Carlos Caicedo viajó al lugar junto con el periodista Germán Castro Caycedo. Iban, con cámara y grabadora en mano, a documentar lo que había quedado del penal en aquella zona de frontera, selva y colonización, para el periódico El Tiempo. Sabemos que así lo hizo Caicedo por la crónica “Ojo, señor Ripley!” que escribió sobre su trabajo de reportería y que fue publicada en noviembre de ese año en dicho periódico (imagen 1). Y, también lo sabemos, por las fotos que tomó Caicedo de Araracuara y de sus inmediaciones, las cuales ilustran la crónica de Castro Caycedo en El Tiempo y por varias de las fotos de Caicedo que reposan en el archivo de su familia en Bogotá.
Figura 1
Detalle de la columna ”Ojo, señor Ripley!” de Carlos Caicedo. Publicada en El Tiempo, 25 de noviembre de 1972, 8A. Archivo Familia Caicedo.
Carlos Caicedo, reconocido y multipremiado fotógrafo colombiano, trabajó en El Tiempo en la década de 1950 y, después de que el periódico fuese censurado y cerrado durante el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla, siguió trabajando allí desde los 60 hasta que se pensionó en los 90. Además de publicar fotografías en El Tiempo y de ser jefe de la sección fotográfica del diario por cerca de diez años, Caicedo también escribió una columna de opinión titulada “Cámara y Letras”, la cual se publicó con intermitencias entre las décadas de 1970 y 1990. “Ojo, señor Ripley!” es una de sus columnas.
La cárcel de Araracuara, de la cual Caicedo habla en su columna, fue fundada en 1938 bajo el gobierno de Alfonso López Pumarejo y su fundación coincidió con la sed de explotación del caucho que puso a la Amazonía colombiana en boca de colonizadores. Aunque parecía desconocida, la Amazonía había sido explorada ya desde mediados de siglo XIX. Sin embargo, sí que era cierto que los gobiernos de primera mitad de siglo XX aún desconocían cómo era y cómo podía explotarse de forma idónea. Ni que decir de su desconocimiento sobre las poblaciones indígenas que ahí vivían. En este contexto fue concebido el penal de Araracuara: un sitio indómito que su sola presencia salvaje y virginal tenía por deber hacer sufrir hasta morir a cualquier prisionero.
Esa noción de la Amazonía, virgen e indómita a la vez, fue la que acompañó al fotógrafo Caicedo quien, a sus 43 años, visitó Araracuara como reportero gráfico de El Tiempo. Según Patricia, una de sus hijas, a Caicedo lo llamaron del periódico para que acompañara a Castro Caycedo a tomar fotos sobre la investigación que éste hiciera acerca de lo que quedaba del penal. Aunque no hay consenso sobre cuántos días finalmente el fotógrafo estuvo allá -su hija recuerda que fue un mes, pero El Tiempo indica que fueron trece días- todo indica que no fue un solo día, tal como le habían comandado desde el periódico. Fueron días largos trabajando en reportería en aquella selva indómita, mientras la esposa de Caicedo llamaba insistentemente al periódico a preguntar por su marido.
Mientras en Bogotá su familia lo esperaba, Caicedo se dedicó a lo suyo e, incluso, fue un poco más allá: le dio tiempo hasta para ilustrar con palabras un poquito de su experiencia en Araracuara. Su relato sobre los conocimientos fotográficos de los indígenas muestra una sorpresa inherente de alguien que visita por primera vez la selva y también una especie de vergüenza por la misma ignorancia que sentía sobre el lugar,
El joven redactor, además de tomar notas y chichita, también grabó las canciones de los indios. Luego el capitán o jefe de la tribu le dijo al redactor: “Yo querer oír lo que tu grabaste”. El otro le puso la cinta para que oyera el jefe. Este puso cara de desagrado y le dijo al joven ídem: “Tu grabar muy mal cinta magnetofónica. Sonar gangosa.” Luego, dirigiéndose al fotógrafo, le dijo: “Si vas a tomar fotos dentro de maloca tienes que usar fotolux”… Los dos se quedaron supitos [sic].
Entre la chicha, la grabadora y la cámara, Caicedo cuenta –con un tanto de sarcasmo– cómo lo sorprendió el uso del lenguaje técnico por parte del indígena y esa sensación parece calcada a la de aquella de sorpresa de los viajeros de siglo XIX que dejaban caer sus libros ante las maravillas naturales del país, como lo escribió Manuel Ancízar (1812-1882) en Peregrinación de Alpha, o esa misma reacción que tenemos nosotros, en pleno siglo XXI, cuando viajamos a lugares lejanos para nosotros y quedamos, en algunos casos claramente, sorprendidos ante nuevos paisajes y lugares que creemos prístinos, como la Amazonía. Este pedacito de crónica de Caicedo también nos enseña que el mito del buen salvaje, que se creó en el siglo XV y que se refiere a la idea de que existen sociedades primitivas versus sociedades civilizadas, todavía seguía vigente en pleno siglo XX, en la década de 1970, momento en el que los salvajes ya no eran salvajes, sino subdesarrollados, en el que ya no había colonias sino países tercermundistas y en el que se estaban presenciando los últimos atisbos de descolonización de varios países, como el caso de la guerra colonial portuguesa donde Mozambique, Angola y Guinea-Bisáu se independizaron de Portugal.
Fotógrafo y periodista quedaron “súpitos” por el conocimiento fotográfico y audiovisual de aquel indígena huitoto de Araracuara, a tal punto que Caicedo tituló su columna “Ojo, señor Ripley!” haciendo alusión a Robert Ripley (1890-1949), caricaturista y empresario estadounidense quien creó la exitosa serie de televisión, radio, prensa y línea de museos ¡Aunque usted no lo crea! La columna de Caicedo está llena de anécdotas de su viaje por Araracuara y era preciso, según su mirada de cronista, dar a conocer al público de El Tiempo, cosas extrañas y curiosas de ese viaje, tal como hacía Ripley en su serie. Para los 70, Ripley había muerto hacía dos décadas y su serie ¡Aunque usted no lo crea! se había convertido en un imperio mediático y museográfico en buena parte del mundo. Era casi que imperativo —desde la sátira de Caicedo- que el espíritu de Ripley y el de William Hearst, magnate estadounidense de medios sensacionalistas que catapultó a Ripley a la fama, voltearan sus miradas a ese rincón.
Pero esta sorpresa, o aquello de quedarse “súpitos”, es solo aparente. Caicedo, el fotógrafo hecho cronista, se dio ciertas libertades en su columna hasta llegar a burlarse del episodio de la fotolux en la maloca —usando el tono satírico típico de “Cámara y Letras”-, pero su trabajo fotográfico siguió otra narrativa. Aquí, el cronista hecho fotógrafo, capturó con su cámara la vida cotidiana de lo que quedaba del penal: escenas de niños y niñas -posiblemente hijos e hijas de colonos- jugando, del padre misionero cocinando y jugando con los niños y de una clase en la escuela de lo que se armó como vereda (ver imágenes 2 a 8). También fotografió a Castro Caycedo (imágenes 12 y 13) y tomó varias fotos panorámicas del imponente río Caquetá y de las embarcaciones tradicionales (imágenes 14 a 16). Las fotos de indígenas tampoco faltaron, pues sus ancestros habían sido los primeros habitantes de la zona mucho antes de la llegada de las compañías caucheras peruanas y del penal del gobierno colombiano (imágenes 9, 10 y 11). Colonos, ex-penados e indígenas -especialmente estos últimos- se convirtieron en los protagonistas de la narrativa visual que acompañó a la crónica escrita.
Figura 2
El Tiempo, 15 de noviembre de 1972, 1B. Detalle de la crónica "Ya no hay llanto en Araracuara" de Germán Castro Caycedo y dos fotos a color tomadas por Carlos Caicedo de Araracuara.
Figura 3
Detalle de foto. El Tiempo, 15 de noviembre de 1972, 1B.
Figura 4
Foto de niñas jugando en el antiguo penal. Carlos Caicedo, sin título, c. 1972. Archivo familia Caicedo.
Figura 5
Padre misionero jugando con niños, hijos de colonos. Fotos de Carlos Caicedo, c. 1972. Archivo Familia Caicedo.
Figura 6
Padre misionero cocinando. Fotos de Carlos Caicedo, c. 1972. Archivo Familia Caicedo.
Figura 7
Izquierda: un salón al interior de la escuela en Araracuara. Derecha: La escuela. Fotos de Carlos Caicedo, c. 1972. Archivo Familia Caicedo.
Figura 8
La escuela. Fotos de Carlos Caicedo, c. 1972. Archivo Familia Caicedo.
Figura 9
El Tiempo, 17 de noviembre de 1972, 1C. Detalles de las fotos a color de Carlos Caicedo y de la crónica “800 indios en compraventa” de Germán Castro Caycedo.
Figura 10
El Tiempo, 17 de noviembre de 1972, 1C. Detalles de las fotos a color de Carlos Caicedo y de la crónica “800 indios en compraventa” de Germán Castro Caycedo.
Figura 11
El Tiempo, 17 de noviembre de 1972, 1C. Detalles de las fotos a color de Carlos Caicedo y de la crónica “800 indios en compraventa” de Germán Castro Caycedo.
Figura 12
Fotos tomadas por Carlos Caicedo Germán Castro Caycedo en Araracuara, c. 1972. Sin título. Machote de libro manuscrito “Carlos Caicedo Reportero gráfico 1927-2015 Bogotá Colombia Tomo I", Archivo Familia Caicedo
Figura 13
Fotos tomadas por Carlos Caicedo Germán Castro Caycedo en Araracuara, c. 1972. Sin título. Machote de libro manuscrito “Carlos Caicedo Reportero gráfico 1927-2015 Bogotá Colombia Tomo I", Archivo Familia Caicedo
Figura 14
El río Caquetá en fotos de Caicedo. El Tiempo, 17 de noviembre de 1972, 1C. Detalle de foto y pie de foto.
Figura 15
Foto del río Caquetá por Araracuara. Carlos Caicedo. Sin título, c- 1972. Machote de libro manuscrito “Carlos Caicedo Reportero gráfico 1927-2015 Bogotá Colombia Tomo I", Archivo Familia Caicedo.
Figura 16
La misma foto publicada en El Tiempo, Lecturas Dominicales, 26 de noviembre de 1972, como parte de la crónica “Los peces ’parlantes’ del Amazonas,” de Josué Muñoz Quevedo.
Las fotos publicadas en El Tiempo en 1972 vienen con pies de foto que distan mucho del tono sarcástico de “Ojo, señor Ripley!” (imágenes 2 y 9). Por el contrario, estas descripciones se enfocan en conectar la visual con la crónica de Castro Caycedo. Las fotos de prensa, como diría el mismo Caicedo en una entrevista muy posterior a su viaje a Araracuara, debían
“llevar la noticia al lector, informar el hecho del día, hablar por sí [mismas] porque el hombre contemporáneo ya no tiene tiempo suficiente de leer todo el texto. Debe bastar con una imagen para enterarse de lo sucedido.”
Precisamente, las dos fotos de Caicedo que fueron seleccionadas para publicarse en la primera plana del periódico tenían como fin mostrar “a golpe de vista” lo que había sucedido en Araracuara después de cerrado el penal (imágenes 17 y 18). También sirvieron para invitar al lector a leer, a pesar de su característica de hombre contemporáneo de no tener tiempo para ese menester, las entregas de la crónica de Castro Caycedo. La primera en publicarse fue la del imponente río Caquetá y lleva por título “Las ‘rejas’ de Araracuara” haciendo referencia a cómo el penal utilizó la selva y el río para suplir la seguridad penitenciaria. La segunda foto que se publicó en primera plana muestra un grupo de indígenas huitotos en una ceremonia al frente de su maloca. Aquí, de nuevo, el título de la foto “Indígenas en compra-venta” invita al lector a engancharse con la crónica de Castro Caycedo mediante unas breves líneas de introducción a la historia de la esclavización de indígenas andoques durante la existencia del penal y después de su desmonte.
Figura 17
Foto a color de Carlos Caicedo. Detalle. “Las ‘rejas’ de Araracuara,” El Tiempo, 15 de noviembre de 1972, 1A.
Figura 18
Foto a color de Carlos Caicedo. Detalle. “Indígenas en compra-venta,” El Tiempo, 17 de noviembre de 1972, 1A.
A diferencia de otras columnas de “Cámara y Letras”, cuyos textos vienen acompañados de fotografías del mismo Caicedo, “Ojo, señor Ripley!” se publicó sin ninguna imagen. Pareciera obvio, pues el objetivo de las fotos de Caicedo no era acompañar este pedacito satírico de su columna, sino que debían publicarse como ilustraciones a la crónica de Castro Caycedo. Y es que uno se pregunta cómo ilustrar una sátira con fotos de prensa. Se puede, claro. Pero, es posible que Caicedo también se hubiera cuestionado sobre el papel de sus propias fotos de prensa, “que [debían] informar el hecho del día”, en una columna como la del Señor Ripley llena de sátira y crítica hacia el abandono del gobierno sobre lo que había quedado en Araracuara. La crónica de Castro Caycedo, publicada en El Tiempo el mismo mes en el que salió la columna del fotógrafo Caicedo, ya venía ilustrada con fotos a color en gran tamaño dándole suficiente dramatismo a la historia de corrupción, vejámenes, esclavitud y esperanza en Araracuara. ¿Para qué más?
Cuando reuní todas las fuentes sobre Araracuara, empezando por la columna “Ojo, señor Ripley!”, seguida por la crónica de Castro Caycedo, las propias fotos de Caicedo, publicadas e inéditas, y la conversación con Patricia Caicedo, me di cuenta de que forman un rompecabezas perfecto del legado periodístico y fotográfico sobre Araracuara y la Amazonía colombiana. Al mismo tiempo, al buscar Araracuara en Google, me he sorprendido con las narrativas contradictorias de las noticias sobre el lugar, que van de reserva indígena hasta de abandono, corrupción y violencia. Para 1972, los prisioneros de Araracuara habían construido un aeropuerto y muchos de ellos, quienes se quedaron, se volvieron colonos. En los 80, la zona fue declarada reserva indígena y, posteriormente resguardo, por el estado colombiano. Aun así, Araracuara ha sufrido los embates del conflicto armado, habiéndose convertido en un sitio de convergencia no solo de lenguas y comunidades indígenas, sino de narcotráfico y grupos armados, como las extintas FARC. A pesar de la colonización de más de veinte años, la llegada a Araracuara desde Florencia por aire toma dos horas y por río ocho días, y sus habitantes, aún en 2021, se quejan por la falta de servicios básicos, como agua y luz, y de conexión a Internet. A pesar de la presencia de colonos, la inversión es prácticamente nula en Araracuara.
Aunque no soy descendiente de Ripley, gracias a Caicedo he vuelto mi mirada a Araracuara. Vale la pena que los lectores de esta historia también lo hagan.